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Traducción en Inglés

 

Tercer Domingo de Cuaresma

Ciclo A

Lecturas: 1) Éxodo 17, 3-7  2) Romanos 5,1-2. 5-8  3) Juan 4, 5-42

Este tercer domingo de cuaresma seguimos caminando con el Señor hacia la Cruz y hacia la Resurrección. Esta temporada cuaresmal la comenzamos con el relato de las tentaciones que padeció el Señor y de cómo las superó. El domingo pasado vimos como Abrahán siguió la llamada del Señor e hicimos una meditación sobre nuestra propia vida y la llamada a la santidad. Hoy vamos a tomar otro paso definitivo en nuestro camino con el Señor.

San Juan, en el evangelio, nos dice, a través del diálogo entre Jesús y la mujer Samaritana, que todos tenemos sed de Dios y que solo Nuestro Señor Jesucristo puede saciar esa sed.  El relato del encuentro entre Jesús y la Samaritana comienza cuando Jesús llega a una pequeña aldea de Samaria llamada Sicar.  Samaria está ubicada al norte de lo que llamamos hoy en día la Tierra Santa. Los habitantes de esa región fueron menospreciados por los judíos quienes decían que los Samaritanos se habían dejado llevar por religiones ajenas y habían incorporado parte de estas religiones en sus ritos y celebraciones litúrgicas. Debido a esto casi fueron considerados como paganos. Los judíos no solían hablar ni tenían trato con los Samaritanos. Por eso les extrañó tanto a los apóstoles cuando vieron a Jesús hablando con la Samaritana.

En Sicar había un pozo de agua que llevaba siglos abasteciendo la aldea.  Antiguamente había pertenecido a Jacob, uno de los hijos de Isaac, el hijo de Abrahán. Nuestro Señor llegó a la aldea a mediodía después de un largo día de andar por los caminos polvorientos de la región. Estaba cansado y se sentó al borde del pozo. A pesar de su cansancio, escogió ese lugar y ese momento para darse a conocer al pueblo Samaritano como el Mesías prometido, el ungido de Dios, el Salvador. Jesús proclama por primera vez que Él es la fuente única de vida eterna.  Le dice a la mujer Samaritana “El que beba de esta agua vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed”.

Nuestro Señor usó el agua como una imagen para hablar de la gracia que mana de la fuente divina de su crucifixión y muerte. En el Oriente Medio el agua es vital. La primera cualidad que Jesús usa para describir su agua es esta: agua viva. Le dice a la mujer Samaritana que el agua que Él proporciona es agua viva. La gente que vive en países donde escasea el agua distinguen muy bien entre el agua de cisterna o muerta y el agua viva que mana sin cansarse de brotar.  El pueblo judío siempre recordó el agua viva que brotó de la roca del pedernal cuando Moisés le dio dos veces con la vara en el desierto y de la cual los hebreos bebieron en abundancia. Dos cualidades tienen el agua viva de Jesús. El que la bebe ya no tendrá sed. El agua espiritual de Jesús da amor a las cosas del Señor.  Al beberla fácilmente vencemos el deseo de llenar nuestra vida con cosas perecederas. Jesús vino para darnos la vida del espíritu, la vida que comienza aquí cuando aceptamos, por la fe, la divinidad de Jesús.

En esa agua viva, en la gracia divina que mana de la pasión y muerte de Nuestro Señor, encontramos el camino hacia la vida eterna. Jesús nos dice “todos los que estén sedientos” que “vengan hacia el agua” viva. Nos ofrece la salvación y nos dice que la sed de Dios solo la puede saciar Él.