HOMILÍAS/HOMILIES

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Quinto Domingo del Tiempo Ordinario

Ciclo B Tomo 3

Lecturas: 1) Job 7, 1-4. 6-7 2) Corintios 9, 16-19. 22-23 3) Marcos 1, 29-39

    Hoy, en el Evangelio, San Marcos continúa su relato sobre cómo fueron los primeros días de la vida pública de Jesucristo. Nos dice que El Señor predicaba en las sinagogas y, al salir de ellas, expulsaba demonios. Un día, después de predicar en la sinagoga de Cafarnaúm, pueblo donde vivían Simón Pedro y Andrés, Jesús decidió irse a la casa de estos con Santiago y Juan. Es allí donde le comunicaron que la suegra de Simón Pedro se encontraba en cama, con fiebre. E inmediatamente Jesús decidió sanarla. Así es como ocurrieron los milagros del Señor. Veía la fe de las personas que deseaban ser curadas y actuaba. El Señor se acercó a la suegra de Simón y al tomarla de la mano, ella se curó. Se levantó de la cama y se puso al servicio del Señor. De esta manera mostró su agradecimiento por haber sido curada.

    Después de esta curación, la noticia de las curaciones del Señor fue pasando de unos a otros y toda la población se agolpó junto a la puerta de la casa. Le trajeron al Señor todos los enfermos y poseídos de los alrededores. Jesús curó a todos los que venían a Él con fe. Al día siguiente, de madrugada, se retiró a un descampado para orar. Jesús se encontraba en oración cuando llegaron los apóstoles para decirle que todo el mundo le buscaba. Seguían viniendo personas para ser sanadas. Sin embargo, en vez de volver al pueblo para seguir sanando a los enfermos, les dijo a los apóstoles, “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”. Y es que la misión verdadera del Señor era evangelizar, era anunciar a la humanidad la Buena Noticia del amor que Dios tiene por los seres humanos.

    San Pablo nos invita, en la Segunda Lectura, a seguir el ejemplo del Señor, a evangelizar. Y es que la misión verdadera de todos los cristianos es ir proclamando el evangelio ya que el mundo necesita escuchar la Palabra de Dios. San Pablo les decía a los cristianos de Corintio: que, para él, predicar era una necesidad. No lo hacía ni para enaltecerse ni para enriquecerse. Ni siquiera lo hacía por su propia iniciativa sino porque Dios le había encomendado una misión primordial: la de ser misionero de la Palabra de Dios, la de hacerse “todo a todos a fin de anunciar el Evangelio a todos”. A San Pablo no le fue fácil seguir a Cristo y anunciar el Evangelio. Tuvo muchos problemas. Pero, a pesar de todo, él siguió anunciando el Evangelio cumpliendo la gran misión que le fue encomendada. Para seguir la misión de Cristo, cualquier persona debe actuar como San Pablo.

    Conocemos a muchos obispos, sacerdotes y diáconos que, como San Pablo, en sus predicaciones, y en sus vidas, dan buen ejemplo de cómo deben ser los seguidores de Cristo. Aunque muchas veces ellos también se encuentran con dificultades. Pero, a pesar de eso, ellos también cumplen con su deber porque han sido llamados a hacerlo. Sin embargo, lo que hacen ellos es compartir la misma misión que tienen todos los Cristianos. Es una misión que no termina cuando salimos por las puertas de la iglesia después de la Santa Misa Dominical. Más bien, continúa. Al ser bautizados, todos los cristianos recibimos la misión de evangelizar dentro del ambiente en que vivimos. Cada día... en la escuela, en el trabajo, en la casa... con nuestras palabras, nuestro ejemplo y nuestra manera de vivir... debemos ir predicando que somos cristianos, que seguimos a Cristo y que por eso luchamos contra la maldad y la injusticia que hay en el mundo.

    Pidamos a la Santísima Virgen María, que nos ayude a ser fieles a la misión que Dios nos ha encomendado. Y demos gracias a Dios por habernos llamado a realizarla.

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